martes, 24 de agosto de 2010

121. Recuento

Basado en las ultimas noticias conocidas en los medios, me parece, hoy más que nunca, que este país merece a toda honra el título de “bienaventurado”; pues, ¿quién mas bienaventurado que aquel que más penas padece? Y no es exagerada esta idea, si tomamos en cuenta las frías notas que durante años y, ante el asombro de propios y extraños, nos identifica – en vergonzosa manera – ante el mundo. Es más fácil dejar todo de lado y hacer como si nada ha pasado; pero es igual de fácil caer en la misma situación. Bien un pequeño recuento:

Pensar que el final del conflicto armado, no trajo la tan ansiada paz que durante décadas y después de miles de muertes se busco de manera incansable; por el contrario parece haber dejado una herida que en lugar de sanar, día a día se hace más grande.

Los fenómenos sociales, las crisis que generan y las victimas que engendra parecen demasiado para un país que no se recupera de una cuando ya está inmerso en una nueva vorágine de incertidumbre e inseguridad.

La reciente avanzada de la violencia sin sentido y de la delincuencia organizada, de la cual, aunque a muchos les parezca que estoy defendiendo lo indefendible, son victima los mismos jóvenes pandilleros. La vieja y a la vez detestable costumbre de los gobiernos de turno, de apropiarse del aparato de gobierno y todas sus dependencias con el único y nefasto fin de hacerse más cómoda su estancia en casa presidencial. El eterno estado de vulnerabilidad en el cual vive el país desde tiempos inmemoriales; pues encontrándonos a terremotos, tormentas, volcanes y, más recientemente a las innumerables que cárcavas que aparecen en donde dirigimos la mirada; el estado de alerta roja no se degrada por mucho tiempo.

Son solo unas cosas pero no dan ganas de seguir mencionándolas, además, surge la obvia pregunta: ¿Por qué estas situaciones nos hacen bienaventurados?

Mi percepción es la siguiente: todas las anteriores circunstancias; seamos consientes o no de ellas, creamos o no en Dios, sea por miedo o por convicción propia; acaban por reducirnos en la más aguda impotencia; ahí, donde el hombre, por naturaleza busca la protección de su “Dios”; ahí, donde “Dios” llena de esperanza los corazones de los hombres; donde los que sufren encuentran un motivo para seguir a pesar de que no parezca haberlo; porque cuando todo y todos fallan, aun nos queda Dios.

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:: Víctor Guzmán.

miércoles, 18 de agosto de 2010

120. Momentos inoportunos

Hay momentos inoportunos que exactamente ocurren cuando uno está menos preparado. Momentos inesperados, como el ocurrido esta mañana, después de permanecer sentado y absolutamente “callado” tal como me lo indicaron los empleados del Tribunal mientras hacía mis prácticas jurídicas.

Tres jóvenes -muchos años menores que yo- que, más que parecer asaltantes, parecían estudiantes traviesos que se escaparon de su escuela en horas clase, entraron a la sala de audiencias, con la cabeza baja, más parecidos a niños regañados que se dirigían a recibir su castigo por su madre, en este caso, la Jueza de Instrucción. La fiscalía presentó sus razones para mantener en prisión a los tres jóvenes acusados de Robo Agravado. Resulta que a la salida de la Audiencia, los 3 jóvenes nuevamente con la mirada hacia el suelo, debido a la tristeza que debe causar escuchar de la boca de la jueza: “continuarán en detención provisional y el juicio pasará a la fase de sentencia…”, uno de los jóvenes levanto la mirada hacia mi, y me dijo “¡Nos vemos pues!”.

Y en este momento, mi cabeza dio vueltas… ¿“¡Nos vemos pues!”?… ¿Qué contestar ante semejante saludo?... Un ¿“!Que le vaya bien!”?... con cuatro agentes policiales contándole cada paso directo al penal que le espera… O mejor un ¿“¡Suerte!”? cuando, obviamente, es lo que menos tuvo, por tener cinco testigos que lo acusan de haberles despojado de los celulares que se le encontraron en su bolsillo… o talvez un inconciente ¿“¡Cuídese!”?... ¿Cuídese?… ¡pero si va directo a un Penal!, más que un saludo, eso parecería una amenaza de mi parte. Estuve a punto de contestarle de la misma manera que el me había saludado, un falso: “¡Nos vemos pues!”… como si el tuviera el ánimo de volver a verme a mi, o si Dios no lo quiera, que yo me lo encontrara en las circunstancias por las que fue capturado asaltando la misma ruta 113 en la que me conduzco diariamente a mi trabajo.

Cuando estaba a punto de pronunciar la respuesta a su saludo, ya era tarde, estaba abordando el vehículo policial enrejado y completamente vigilado, junto a los que se convirtieron en sus compañeros de viaje hacia prisión, todos vinculados por las brillantes esposas de manos y pies que los sujetaban.

Así, un joven más -¡con apariencia más de estudiante que de asaltante!- pasaría a engrosar el número de jóvenes que purgan prisión en los sobresaturados penales de El Salvador. Un joven que seguramente podría estar disfrutando de su libertad si no tuviera que vivir la agobiante realidad de pobreza que nos condena a buscar todo tipo de medios para sobrevivir, o talvez, si le hubiera sido fácil encontrar un pequeño trabajo para los obtener ingresos que pudieran solventar sus necesidades.

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:: David Pacas.