Se dice que algún político estadunidense, justificando el apoyo de Washington a dictadores, declaró que Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta, y esa frase, cambiando el apellido, tal vez resume más que nada la relación de Estados Unidos con el régimen de Hosni Mubarak durante los últimos 30 años. Y al igual que ocurrió con Nicaragua, ahora parece ser el caso en Egipto –con muchos más ejemplos en medio–, en donde un pueblo decide sorprender al autoproclamado defensor mundial de la democracia sólo por demandar, pues, democracia, y con ello provocar una crisis para los que manejan eso de la geopolítica.
Egipto es el segundo receptor de la asistencia estadunidense en el mundo (unos 1.500 millones de dólares anuales, con más del 85 por ciento en asistencia militar). Estados Unidos ha capacitado a sus fuerzas armadas, ha suministrado desde los tanques Abrams, aviones caza y más aparatos militares hasta el gas lacrimógeno que la policía lanzó contra los manifestantes, a cambio de que se comporte como un aliado confiable de la lógica geopolítica de Estados Unidos en la región.
Pero ahora, cuando nuestro hijo de puta pierde el control, el desafío para Washington es el manejo de la crisis, la cual decora con palabras como democracia, elecciones imparciales y libres, respeto a los derechos humanos y todo lo demás que durante años jamás se había exigido de esta manera desde Estados Unidos. De hecho, las cámaras de tortura empleadas contra disidentes por el régimen de Hosni Mubarak fueron las mismas que se utilizaron, como favor al gobierno estadunidense, para torturar a sospechosos de terrorismo secuestrados por la CIA en otras partes del mundo en lo que se llamaba rendiciones (una de las confesiones arrancadas por medio de torturas ahí formó parte de las evidencias empleadas por Estados Unidos ante la ONU para justificar la guerra contra Irak).
De repente algunos políticos ahora confiesan que quizá fue un error dar prioridad a los intereses geopolíticos y no a la democracia. El senador demócrata John Kerry, presidente del Comité de Relaciones Exteriores, escribió esta semana que durante un largo periodo el financiamiento estadunidense a los militares egipcios ha dominado la relación bilateral, porque existía un entendimiento estratégico de que nuestra relación beneficiaba la política exterior estadunidense y promovía la paz en la región, y por lo tanto, afirmó, había una política de apoyo a Mubarak. Pero subrayó que la ira y las aspiraciones que impulsan las manifestaciones no desaparecerán sin cambios extensos, y por ello advirtió que “el despertar en todo el mundo árabe tiene que llevar nueva luz a Washington también. No se sirven nuestros intereses cuando observamos a gobiernos amistosos derrumbarse bajo el peso de la ira y frustración de sus propios pueblos…”
Pero tal vez la frase que mejor resumió la relación estadunidense (e israelí) con Mubarak fue la de John Rothmann, un sionista estadunidense que en su programa de radio en San Francisco afirmó: nadie defiende a Mubarak. Puede que sea un bárbaro, pero es nuestro bárbaro.
Pero otros en este país denuncian la lógica que ha dominado la relación bilateral. En la misma San Francisco, como en otras ciudades, incluida Washington, a lo largo de los últimos días se han realizado actos en solidaridad con los rebeldes en Egipto con la participación de diversas agrupaciones progresistas junto con representantes de la comunidad egipcia en este país. En San Francisco un amplio contingente de la agrupación Voz Judía por la Paz se sumó a la manifestación de solidaridad con el pueblo egipcio el sábado, lo que provocó un intenso y furioso debate en esa comunidad a nivel nacional; incluso otras agrupaciones judías acusaron a Voz de ser anti Israel, reportó el New York Times.
En el otro extremo, para algunos de la derecha en Estados Unidos la sublevación en Egipto es un asunto casi apocalíptico. Glenn Beck, la figura mediática más famosa de la derecha, advirtió a sus televidentes en Fox News de que los Herrmanos Musulmanes y la izquierda radical estadunidense operan de manera conjunta en Egipto para llevar a cabo la destrucción del mundo occidental. Acusó a agrupaciones estadunidenses antiguerra como Código Rosa, Hamás y los Hermanos Musulmanes de estar vinculados para promover una agenda izquierdista totalitaria, y por eso instó a todos a orar por nuestra forma de vida.
Para Noam Chomsky, la rebelión en Egipto va precisamente contra de nuestra forma de vida, impuesta a ese pueblo por su gobierno, y las políticas estadunidenses –sobre todo el modelo neoliberal– que anularon sus aspiraciones más básicas. En entrevista con Amy Goodman en su programa Democracy Now!, Chomsky dijo que Estados Unidos y Egipto están relacionados no sólo por la cúpula, sino por lo que ocurre en sus sociedades. La evaluación de los políticos estadunidenses, dijo, era que lo más importante es que los dictadores nos apoyan en la región y podemos hacer caso omiso de la población porque están en silencio, y mientras prevalece el silencio, ¿a quién le importa? De hecho hay algo análogo en eso con respecto a la situación interna en Estados Unidos, y por supuesto es la misma política por todo el mundo.
Chomsky explicó que la población de Estados Unidos también está llena de ira, frustrada, llena de temor y odios irracionales. Los cuates en Wall Street, mientras tanto, están muy bien, los mismos que crearon la crisis actual... Y ellos están saliendo más fuertes y ricos que nunca. Pero todo está bien mientras se mantiene pasiva la población... Ese es el escenario que se ha estado desarrollando en Medio Oriente también, como lo fue en Centroamérica y otros dominios.
Chomsky concluye que todo ello revela un desprecio por la democracia y la opinión pública realmente profundo por parte de los gobernantes.
Egipto, por el momento, ha puesto a todos esos gobiernos sobre aviso.
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:: David Brooks
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