Este 16 de Noviembre el Presidente Mauricio Funes entregó póstumamente la Condecoración de la Orden Nacional José Matías Delgado en el grado de Gran Cruz Placa de Oro a los jesuitas mártires de la UCA. Todo un símbolo de una nueva etapa en El salvador donde el reconocimiento de las víctimas sustituye a la política del perdón y olvido. Reforzando el símbolo pudimos ver y escuchar a un grupo de campesinos de Jayaque cantando una conocida poesía escrita y musicalizada por el cantautor aragonés Labordeta. ¿Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad?
Estos campesinos provenían de las aldeas y del pueblo de Jayaque donde el P. Martín Baró acudía puntualmente los fines de semana para celebrar la Eucaristía y animar a la comunidad. Inicialmente con el P. Jon Cortina y posteriormente él solo.
En los días terribles de la ofensiva, cuando las balas sonaban por todas las calles de San Salvador, estos mismos campesinos hicieron una buena parte de su camino a pie para asistir al entierro de los jesuitas. Hoy su viaje fue más festivo.
Y lo que hace años fue una peregrinación dolorosa, hoy se convirtió en la afirmación cantada con sencillez de una alegría esperanzada. Esperanza de reconocimiento, que es lo que desea al fin nuestro pueblo necesitado de justicia social.
En ese sentido se deben recalcar los símbolos de reconocimiento. Los seres humanos nos humanizamos y nos relacionamos desde nuestra capacidad simbólica. La bandera, el himno, los ritos, todo está llenos de simbolismo en nuestra vidas. El propio lenguaje con el que nos comunicamos se compone de signos y símbolos.
El problema comienza cuando los símbolos que se utilizan para comunicarnos entre personas lanzan señales de desprecio, de olvido de valores, de marginación de la dignidad del que consideramos diferente. Y así, cuando a una víctima inocente se la olvida o se la excluye del necesario reconocimiento de su dignidad, se comete un doble atentado contra ella.
El primero, el acto que la daña, la tortura, la viola o la mata. El segundo, el de darle a entender que ahí no pasó nada. Que el crimen que se cometió contra ella no es crimen. Que la vida social sigue tan tranquila a pesar de que se ha dañado a toda la humanidad dañando la dignidad de una persona concreta.
Esos símbolos de desprecio de los pobres y de las víctimas, que son de muy diversa índole, deben por una parte desterrarse de nuestro lenguaje comunicacional. El racismo, el machismo, la aporofobia (el odio-desconfianza hacia los pobres), son conjuntos de símbolos destructivos que deberían desaparecer de nuestro horizonte relacional.
Al contrario, todo signo de reconocimiento de la dignidad humana, todo esfuerzo por comunicar a las víctimas o a sus parientes, herederos del dolor, que la víctima es más importante y socialmente más valiosa que el verdugo, es indispensable para el desarrollo armónico y cohesionado de cualquier sociedad.
En ese sentido, ver a los campesinos cantando sencillamente sus esperanzas en el salón de honor de la Casa Presidencial, es uno de los signos y señales más conmovedores de esta larga jornada de recuerdo de los jesuitas asesinados en la UCA.
Y es también un desafío para el actual Gobierno, que debe buscar modos de responder a las grandes esperanzas que ha despertado en lo mejor de nuestro país: esa mayoría de gente pobre y trabajadora que quiere ver compensados sus esfuerzos y, muchas veces, sus sufrimientos del pasado, con el reconocimiento en palabras y obras de su propia dignidad.
El acto en honor a los jesuitas es muy de agradecer. Tuvieron que pasar veinte años y un cambio de los poderes tradicionales en el Gobierno, para que oficialmente, desde el Estado, se les reconocieran sus aportes en la cultura y en la construcción de la paz y la justicia en El Salvador. El momento de entrega de las condecoraciones fue sencillo, solemne y profundamente emotivo.
Pero el signo de ver y escuchar cantando a humildes campesinos, sin traje formal, mezclados con los invitados en traje formal, ha sido muy esperanzador. Es el pueblo de El Salvador cantando a la libertad y la liberación de los pobres y manifestando su alegría en el centro del poder constitucional del país.
El Presidente Funes, en su discurso de entrega de la Condecoración, decía: ?Si algo demostraron estos hombres con su muerte es que la historia no la escriben unos pocos iluminados, ni tampoco aquellos que empuñan las armas más poderosas. La Historia, esa que se escribe con mayúscula, la escriben los pueblos y, para hacerlo, necesitan de la memoria?.
No hay nada más emocionante en la Historia con mayúscula, como dice el Presidente, que el hecho de que las víctimas triunfen sobre sus verdugos. Ahí se escribe la verdadera historia de la humanidad, y ahí todos tenemos la obligación de poner nuestro esfuerzo y nuestro amor, por pocas que parezcan nuestras fuerzas y posibilidades.
Símbolos como el que hoy comentamos tienen que animarnos a todos a buscar una fraternidad cada día mayor, iniciar y mantener un diálogo permanente con la población sobre sus necesidades, elaborar formas de compensación adecuadas para todas las víctimas de El Salvador y favorecer una generosidad liberada en el servicio al bien común y en la construcción de una verdadera justicia social en esta historia nuestra concreta. Es el mensaje de nuestros mártires y es el mensaje que nos deja su reconocimiento.
..................................................
:: José María Tojeira.
http://www.diariocolatino.com/es/20091117/opiniones/73824/
Estos campesinos provenían de las aldeas y del pueblo de Jayaque donde el P. Martín Baró acudía puntualmente los fines de semana para celebrar la Eucaristía y animar a la comunidad. Inicialmente con el P. Jon Cortina y posteriormente él solo.
En los días terribles de la ofensiva, cuando las balas sonaban por todas las calles de San Salvador, estos mismos campesinos hicieron una buena parte de su camino a pie para asistir al entierro de los jesuitas. Hoy su viaje fue más festivo.
Y lo que hace años fue una peregrinación dolorosa, hoy se convirtió en la afirmación cantada con sencillez de una alegría esperanzada. Esperanza de reconocimiento, que es lo que desea al fin nuestro pueblo necesitado de justicia social.
En ese sentido se deben recalcar los símbolos de reconocimiento. Los seres humanos nos humanizamos y nos relacionamos desde nuestra capacidad simbólica. La bandera, el himno, los ritos, todo está llenos de simbolismo en nuestra vidas. El propio lenguaje con el que nos comunicamos se compone de signos y símbolos.
El problema comienza cuando los símbolos que se utilizan para comunicarnos entre personas lanzan señales de desprecio, de olvido de valores, de marginación de la dignidad del que consideramos diferente. Y así, cuando a una víctima inocente se la olvida o se la excluye del necesario reconocimiento de su dignidad, se comete un doble atentado contra ella.
El primero, el acto que la daña, la tortura, la viola o la mata. El segundo, el de darle a entender que ahí no pasó nada. Que el crimen que se cometió contra ella no es crimen. Que la vida social sigue tan tranquila a pesar de que se ha dañado a toda la humanidad dañando la dignidad de una persona concreta.
Esos símbolos de desprecio de los pobres y de las víctimas, que son de muy diversa índole, deben por una parte desterrarse de nuestro lenguaje comunicacional. El racismo, el machismo, la aporofobia (el odio-desconfianza hacia los pobres), son conjuntos de símbolos destructivos que deberían desaparecer de nuestro horizonte relacional.
Al contrario, todo signo de reconocimiento de la dignidad humana, todo esfuerzo por comunicar a las víctimas o a sus parientes, herederos del dolor, que la víctima es más importante y socialmente más valiosa que el verdugo, es indispensable para el desarrollo armónico y cohesionado de cualquier sociedad.
En ese sentido, ver a los campesinos cantando sencillamente sus esperanzas en el salón de honor de la Casa Presidencial, es uno de los signos y señales más conmovedores de esta larga jornada de recuerdo de los jesuitas asesinados en la UCA.
Y es también un desafío para el actual Gobierno, que debe buscar modos de responder a las grandes esperanzas que ha despertado en lo mejor de nuestro país: esa mayoría de gente pobre y trabajadora que quiere ver compensados sus esfuerzos y, muchas veces, sus sufrimientos del pasado, con el reconocimiento en palabras y obras de su propia dignidad.
El acto en honor a los jesuitas es muy de agradecer. Tuvieron que pasar veinte años y un cambio de los poderes tradicionales en el Gobierno, para que oficialmente, desde el Estado, se les reconocieran sus aportes en la cultura y en la construcción de la paz y la justicia en El Salvador. El momento de entrega de las condecoraciones fue sencillo, solemne y profundamente emotivo.
Pero el signo de ver y escuchar cantando a humildes campesinos, sin traje formal, mezclados con los invitados en traje formal, ha sido muy esperanzador. Es el pueblo de El Salvador cantando a la libertad y la liberación de los pobres y manifestando su alegría en el centro del poder constitucional del país.
El Presidente Funes, en su discurso de entrega de la Condecoración, decía: ?Si algo demostraron estos hombres con su muerte es que la historia no la escriben unos pocos iluminados, ni tampoco aquellos que empuñan las armas más poderosas. La Historia, esa que se escribe con mayúscula, la escriben los pueblos y, para hacerlo, necesitan de la memoria?.
No hay nada más emocionante en la Historia con mayúscula, como dice el Presidente, que el hecho de que las víctimas triunfen sobre sus verdugos. Ahí se escribe la verdadera historia de la humanidad, y ahí todos tenemos la obligación de poner nuestro esfuerzo y nuestro amor, por pocas que parezcan nuestras fuerzas y posibilidades.
Símbolos como el que hoy comentamos tienen que animarnos a todos a buscar una fraternidad cada día mayor, iniciar y mantener un diálogo permanente con la población sobre sus necesidades, elaborar formas de compensación adecuadas para todas las víctimas de El Salvador y favorecer una generosidad liberada en el servicio al bien común y en la construcción de una verdadera justicia social en esta historia nuestra concreta. Es el mensaje de nuestros mártires y es el mensaje que nos deja su reconocimiento.
..................................................
:: José María Tojeira.
http://www.diariocolatino.com/es/20091117/opiniones/73824/