miércoles, 22 de septiembre de 2010

123. Un cuento.

Había un paísito donde la muerte era el milagro de cada día, siempre se daba la multiplicación de la divina providencia, que era sabia y buena, compasiva y parcial, para que alcanzara a todos, sobre todo a los más necesitados. 


Era la divina gracia con que el hombre ayudaba a la naturaleza a regular la sobrepoblación que amenazaba con acabarse los recursos más rápidamente. Así que acaparaba los alimentos, destinaba como privilegio la educación y el vestuario, acumulaba riquezas a costa de la pobreza de otros y puso armas a disposición de la muchedumbre y les enseñó a jugar con ellas desde pequeños para que fueran felices.


Un día se murió un elefante (que ni era propio de estas tierras, extranjero nacionalizado si es que se puediera llamar) y muchos acudieron a su entierro, se reunieron, llevaron flores y velas, se lamentaron de que la naturaleza siguiera su curso y acabara con un ciclo de vida. 


Mientras tanto, trece personas morían ese mismo día de causas no naturales y tres más decidían quitarse la vida, claro está que no puede generarse ninguna condolencia al respecto porque el corazón, esa cajita de sentimientos del hombre, no puede compadecerse de una especie que mata a sus congéneres ni por situaciones que pasan todos los días. Lo cotidiano simplemente no conmueve.


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:: Yami Flores.


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