Si hubiera pensado antes, como piensa ahora, no estaría presa, ni estaría criando a su hija de 2 años, 5 meses, en el Centro de Readaptación para Mujeres, en Ilopango; ni estaría lejos de primer vástago, de 6, a quien tiene 3 de no ver, reflexiona Yuni Yonari, de 22.
“No sé cómo es ahora, nunca me lo han traído porque sale caro viajar. Un día, el año pasado, hablé con él, bien bonita la voz de mi niño, no, si me hace falta, mis niños son bien buenos, viera cómo hace gracias la niña, me recuerdo que así era mi niño cuando tenía esa edad”, narra durante la Celebración del Día de la Madre que les prepararon las autoridades del lugar.
Ella es una de las 104 reclusas del sector Materno Infantil de la conocida como “Cárcel de Mujeres”. Todas viven con sus hijos e hijas en el lugar y comparten día con día, “la tristeza de verlos crecer con tantas necesidades”, dice Yuni, quien asegura, como la mayoría, que es inocente.
Originaria de Quezaltepeque, La Libertad, pasó la mayor parte de su vida en Concepción de Oriente, departamento de La Unión. A los 15 años conoció al padre de su hijo mayor, “el tenía 28 años”, recuerda. Ahora no sabe nada de él y no recibe ayuda para la manutención del niño. “Yo me ganaba la vida echando tortillas, haciendo piñatas y ayudándole a mi mamá ( 39 años), haciendo coronas para enflorar”, explica.
Cuando estaba embarazada de su segunda hija, fue detenida por la Policía, bajo cargos de extorsión y condenada a purgar una pena de 5 años, de los que ya pagó 2. “Es que llegó un hombre conocido, el había sido mi padrastro y me dijo que lo acompañara, yo no sabía que él iba a recoger el dinero de una extorsión”, asegura.
El hombre, expresa, la involucró sin que ella supiera nada. “Yo veía que dábamos vueltas en el carro, cuando apareció una “troca” y se nos puso enfrente. Se bajaron varios hombres armados y nos apuntaron, yo me hice pipí del susto”, cuenta de cómo fue que la policía la detuvo. Su hija nació cuando ya estaba recluida. Después del parto, regresó a la cárcel, donde la recibieron la tristeza y la pobreza.
Su madre la visita cada 6 meses, porque no tiene recursos para venir más seguido, desde el oriente del país. Del papá de su segunda hija no sabe nada, “la mamá de él viene a verme a veces y me trae algunas cosas para la niña”. Todo lo que las internas necesitan para sus vástagos tienen que costearlo por su cuenta: pañales, leche, pachas; algunas reciben ayuda de su familia, otras, no.
Fanny Pacheco, directora del lugar, dice que la institución provee a las internas de lo necesario para que vivan con sus hijos e hijas. También ofrecen talleres para que al salir puedan ganarse la vida de manera honrada. Yuni ha aprendido bordado en festón, tarjetería española, bordado de cruceta, a elaborar mermeladas, a cultivar plantas en un huerto. Todo porque al salir quiere llevar una vida diferente junto a sus hijos.
“Uno cuando está afuera no cree que esto le puede pasar y no oye los consejos de los papás. Mi mamá me decía que me cuidara y no le hice caso, yo por eso le digo a la gente que esto es duro, mi niña no tiene que estar sufriendo aquí. Si yo hubiera oído a mi mamá, no estaría aquí”, manifiesta.
Pese a su condición actual, Yuni cree que su suerte va a cambiar, “yo espero un milagro, ya no quiero pasar lejos de mi hijo y menos que mi niña siga viviendo aquí, porque se sufre. Yo le decía a mi mamá que ya no me dijera nada, que yo era mayor de edad y mire lo que la mayoría de edad me vino a hacer”, concluye.
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Zoraya Urbina
http://www.diariocolatino.com/es/20110512/nacionales/92386/Ser-madre-en-C%C3%A1rcel-de-Mujeres.htm
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