El Papa insiste de entrada en la necesidad de revisar los modelos de desarrollo actuales. Un modelo de desarrollo basado en el egoísmo individual será siempre destructor tanto de las relaciones humanas como de las relaciones entre los pueblos y de las relaciones entre las personas y la creación.
El «estado de salud del planeta», así como «la crisis cultural y moral del hombre» exigen no sólo «una revisión profunda y con visión de futuro del modelo de desarrollo», sino también una auténtica «reflexión sobre el sentido de la economía y su finalidad».
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Pero en vez de esta actitud ideal nos encontramos con una realidad diferente y contraria. «Se ha de constatar por desgracia -dice Benedicto XVI- que numerosas personas, en muchos países y regiones del planeta, sufren crecientes dificultades a causa de la negligencia o el rechazo por parte de tantos a ejercer un gobierno responsable respecto al medio ambiente».
La explotación de algunos recursos naturales pone en riesgo la disponibilidad de los mismos para las futuras generaciones. La miopía política y económica «se transforma lamentablemente en una seria amenaza para la creación».
En ese contexto, y dado que la degradación ecológica depende en buena proporción de intereses económicos de los que el Papa llama miopes, el Mensaje recuerda que «toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral».

En este mismo contexto de la solidaridad, Benedicto XVI insiste en la necesidad de la «solidaridad intrageneracional». Quienes hoy vivimos en la tierra no podemos legar a las futuras generaciones un mundo invivible. Y si las guerras, las migraciones inducidas por la pobreza o la injusticia, los egoísmos y la explotación hacen ya de por sí difícil la vida para muchos en el mundo en que vivimos, la degradación del medio ambiente puede convertir la vida en una tarea difícil para todos.
Las generaciones que nos sucederán tienen el mismo derecho que nosotros a disfrutar de una creación que es don, armonía y belleza. Convertir la naturaleza en enemiga del ser humano es retroceder en la historia y provocar al mismo tiempo unas tensiones interhumanas de dimensiones imprevisibles.
El agua es un bien común que debe ser cuidado por toda la humanidad, tratando de no dañar los ciclos hidrogeológicos que la rigen. «Es preciso preparar políticas idóneas para la gestión de los bosques, para el tratamiento de los desperdicios y para la valorización de las sinergias que se dan entre los intentos de contrarrestar los cambios climáticos y la lucha contra la pobreza».
Al final lo que es de todos, la creación la tierra, los bienes de la creación que tienen un destino universal, tiene que estar en el centro de las políticas humanas. El Papa insiste en que «la cuestión ecológica no se ha de afrontar sólo por las perspectivas escalofriantes que se perfilan en el horizonte a causa del deterioro ambiental; el motivo ha de ser sobre todo la búsqueda de una auténtica solidaridad de alcance mundial».
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:: José María Tojeira.
http://www.diariocolatino.com/es/20100105/opiniones/75328/
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