sábado, 9 de mayo de 2009

056. El séptimo mandamiento

Hace algunos meses leí un artículo sobre la crisis alimenticia y de cómo a pesar de que los índices de producción de alimentos subían considerablemente con respecto a la tendencia decreciente registrada en los últimos meses, el porcentaje de personas que morían de hambre se comportaba de manera creciente(*)... una triste realidad… pero sonaba tan lejos que mi preocupación alcanzó únicamente a pensar que esas cifras tan grandes podrían producirse en partes como el continente africano, donde es una canción que suena diariamente.

Hace un mes, leí otro artículo sobre el hambre en Italia, la gente muere de hambre por no tener los medios de costearse los alimentos a pesar de que forman parte la población económicamente activa.

En dicho artículo se contrastaba la forma en que en el momento en el cual alguien compra un abrigo carísimo en Praga, alrededor de veinte personas mueren de hambre, quizá de esas veinte personas al menos una tuvo un impacto directo o indirecto en la elaboración de dicha prenda y el hecho de consumir desmesuradamente en bienes que no son de primera necesidad era una especie de robo al que no poseía ni siquiera para comer.

Se mencionaba que también, el hecho de poder compartir con los demás ahora representa un lujo, el que comparte obtiene la recompensa de sentirse bien al compartir pero hay personas que ni siquiera pueden obtener ese sentimiento de gratificación porque para compartir nada tienen.

Sentí rabia por las personas consumistas, compradores compulsivos que hacen que cada uno de los bienes que consumen suban de precio por que tienen demanda. ¿¡Quién podría creer que en este mundo hay gente capaz de comprar botellas de licor con pedacitos de oro sabiendo que el estómago no digiere ese tipo de metales!?

Hace dos días, escuche un análisis sobre la canasta básica y canasta de mercado del país, llegué a mi computadora y consulte las últimas estadísticas del mes de marzo sobre la inflación... claro, no es que haya descubierto la gran cosa o algo que nadie sepa, ya sabemos que estamos jodidos, pero una risa de indignación pintaba mi cara al ver las cifras: la canasta de mercado (¿que por qué no la básica?, pues claro, si la gente no solo come, necesita más cosas) ronda los $764.90 (**) y el salario mínimo ronda los $200, es decir que suponiendo que ambos padres de familia poseen un empleo formal, la suma de sus sueldos no cubre la canasta de mercado en una familia.

A eso se le agrega la variante de la desintegración familiar y que en los primeros cuatro meses del año se registraron alrededor de 13,000 despidos a causa de la crisis económica. A la crisis económica y alimenticia le agregamos una crisis social mutación como consecuencia, al igual que las otras dos, del sistema económico (***). Sumemos a esto que el ingreso por remesas (principal pilar de nuestra economía) ha decrecido, que se espera un invierno con poca lluvia que nos va a llevar a grandes pérdidas en el sector de agricultura... En fin, todo parece que es una calculadora infinita de cifras negativas y con pocas cosas a favor.

Pero tanta cifra no parece decir mucho, ni que en Praga se compren abrigos carísimos, ni licores con oro en nuestro país... parecía más bien que esta reflexión se tornaba escandalosa, sin llegar a la conclusión de dónde radica en esta situación “el poder de uno”, el poder que tiene una sola persona de generar un cambio sustancial. Mi sonrisa irónica desapareció cuando escuche hoy esta frase que me golpea como un puño cerrado: “Todo lo que se come sin necesidad, se roba al estómago de los pobres.” (Mahatma Gandhi).

Robar implica también eso, una persona muere de indigestión mientras mil mueren de hambre. Ya no puedo sentirme observadora sino protagonista. Ya no me siento capaz de robar, ni capaz de no decir nada al respecto. Ojalá nadie más se quedara callado. Ojalá ya no robáramos tan descaradamente.

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:: Yami Flores.

Fuentes:
* Carta a las Iglesias, año XXVII No. 574
** http://www.digestyc.gob.sv/BoletinIPC/IPCMARZO2009.pdf
Índice de Precios al Consumidor de: El Salvador “Una revisión descriptiva de la Inflación”, marzo 2009.
*** Carta a las Iglesias, año XXVII No. 579

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