No se escucharon reportajes especiales como cuando se conmemoran fechas como las víctimas de los terremotos o como cuando hay noticias amarillistas y escandalosas. Ilusamente esperaba que se diera algún dato, algún minuto de silencio o una nota en el noticiero de la noche, por los más de 300 personas que murieron aquel 14 de mayo de 1980, fecha en la que el ejército salvadoreño y hondureño vencieron sus diferencias y se apoyaron para cometer uno de los crímenes más salvajes y que se suma al canasto de impunidad a través de estos 29 años.
Según lo relata el Informe de la Comisión de la Verdad (1993), el 14 de mayo de 1980, contingentes del Destacamento Militar N° 1, de la Guardia Nacional y de la paramilitar Organización Democrática Nacional (ORDEN), dieron muerte deliberadamente a un número no inferior a 300 personas no combatientes, inclusive mujeres y niños, que intentaban cruzar el río Sumpul, a lado del caserío de Las Aradas, departamento de Chalatenango. Un operativo militar se había iniciado un día antes en la zona, en el que las fuerzas militares cometieron actos de violencia contra la población civil, lo que ocasionó la huida de numerosas familias. Los pobladores desplazados por el operativo intentaron cruzar el río Sumpul para refugiarse en Honduras, pero las tropas hondureñas les impidieron el paso y fueron muertos por las tropas salvadoreñas que hicieron fuego deliberadamente sobre ellos (*)
Pocos sobrevivientes hubieron que hoy nos relatan sus testimonios sobre la alta cuota de vidas pagadas por cada uno de ellos que ahora se esfuerzan porque no olvidemos, porque se haga justicia y por solidarizarse entre ellos conociendo y comprendiendo el dolor que los une.
A 29 años de lo sucedido, los autores todavía no reconocen el matiz del suceso y lo tachan como un enfrentamiento entre guerrilla y militares y no como la verdadera masacre que fue, mucho menos han pedido perdón o indemnizado de alguna manera por lo ocurrido. A 29 años todavía no se les escucha a los sobrevivientes con el profundo respeto que merecen sino que se les sigue ofendiendo, hiriendo y violentando con tanta indiferencia y olvido, haciéndonos cómplices de ese mimetismo y de tanta inescrupulosidad cuando se atenta de una manera tan desvergonzada contra la vida.
Yo pregunto, ¿cuántos años más tendrán que pasar para poder reivindicar su dignidad a estas personas, para que de paso a la justicia y para que inicie ese proceso de cicatrización moral que nuestro país necesita? ¿Hasta cuándo dejaremos abiertas esas heridas?
Nuestro pueblo no necesita olvidar, necesita ser sanado.
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:: Yami Flores.
Según lo relata el Informe de la Comisión de la Verdad (1993), el 14 de mayo de 1980, contingentes del Destacamento Militar N° 1, de la Guardia Nacional y de la paramilitar Organización Democrática Nacional (ORDEN), dieron muerte deliberadamente a un número no inferior a 300 personas no combatientes, inclusive mujeres y niños, que intentaban cruzar el río Sumpul, a lado del caserío de Las Aradas, departamento de Chalatenango. Un operativo militar se había iniciado un día antes en la zona, en el que las fuerzas militares cometieron actos de violencia contra la población civil, lo que ocasionó la huida de numerosas familias. Los pobladores desplazados por el operativo intentaron cruzar el río Sumpul para refugiarse en Honduras, pero las tropas hondureñas les impidieron el paso y fueron muertos por las tropas salvadoreñas que hicieron fuego deliberadamente sobre ellos (*)
Pocos sobrevivientes hubieron que hoy nos relatan sus testimonios sobre la alta cuota de vidas pagadas por cada uno de ellos que ahora se esfuerzan porque no olvidemos, porque se haga justicia y por solidarizarse entre ellos conociendo y comprendiendo el dolor que los une.
A 29 años de lo sucedido, los autores todavía no reconocen el matiz del suceso y lo tachan como un enfrentamiento entre guerrilla y militares y no como la verdadera masacre que fue, mucho menos han pedido perdón o indemnizado de alguna manera por lo ocurrido. A 29 años todavía no se les escucha a los sobrevivientes con el profundo respeto que merecen sino que se les sigue ofendiendo, hiriendo y violentando con tanta indiferencia y olvido, haciéndonos cómplices de ese mimetismo y de tanta inescrupulosidad cuando se atenta de una manera tan desvergonzada contra la vida.
Yo pregunto, ¿cuántos años más tendrán que pasar para poder reivindicar su dignidad a estas personas, para que de paso a la justicia y para que inicie ese proceso de cicatrización moral que nuestro país necesita? ¿Hasta cuándo dejaremos abiertas esas heridas?
Nuestro pueblo no necesita olvidar, necesita ser sanado.
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:: Yami Flores.
(*) AÑO XXIII #529, del 1 al 31 de Mayo de 2004.
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