Video UCA, Ley de Amnistía Parte 5, Enero de 2008.
:: En memoria de Ita Ford, Maura Clarke, Dorothy Kazel y Jean Donovan, mártires del 2 de diciembre de 1980.
En septiembre, cuando la Nación celebró su independencia, la “tandona” y miles de veteranos militares salieron a marchar en público.
Ante eso, mucha gente –en el silencio impuesto– evocó a sus seres queridos torturados, desaparecidos o asesinados por algunos de estos. Los belicosos sonaron de nuevo los tambores de guerra, vociferando en defensa de la amnistía que les ha permitido tener “buen nombre”, opinar en los medios de difusión –como si se tratara de sensatos analistas– y amenazar con reaccionar ante determinada acción del “otro”. Y la “pedrada”, dicen, será del tamaño del “sapo”.
Eso niega que El Salvador sea un país “reconciliado”. Todas las campañas electorales son polarizadas, desafiantes y peligrosas, dentro de una sociedad excluyente e insegura donde los que antes se disparaban siguen sin llegar a pactos mínimos y sus militantes continúan enfrentándose violentamente.
Esa amnistía no es “la piedra angular de la paz”; ni siquiera fue parte de los acuerdos. Ha sido piedra de tropiezo al impedir que estructuras criminales se desmontaran; así, escuadrones de la muerte asesinaron a Darol Francisco Velis y a Ramón Mauricio García Prieto en “tiempos de paz”.
Luego, la “Sombra negra” exterminó pandilleros. Hay quienes afirman que continúan operando. Pero además de los militares, el FMLN y su candidato se niegan a derogarla aunque antes promovían lo contrario. Ya se entonaron con los aspirantes y después presidentes de ARENA, al decir que se abrirían heridas; “que tenemos que ver hacia el futuro, no más hacia el pasado”.
Mejor. Así, la lucha por la justicia al fin perdió el color partidista que maliciosamente le asignaron los victimarios para desprestigiarla.
Ahora, ambas fuerzas políticas –responsables de graves violaciones de derechos humanos– coinciden en su discurso sin escuchar a quienes deberían ser protagonistas principales: las víctimas y sus familiares, a las cuales corresponde decidir si perdonan o no después de conocer verdades tan elementales como, por ejemplo, el paradero de sus seres queridos.
Estas heridas siguen abiertas y no las cierra la “buena voluntad” de un candidato. Pero hay que cerrarlas, para no cometer de nuevo errores pasados.
Hay que encarar, pues, la impunidad que permitió enterrar a decenas de miles de víctimas en 1932 junto con la justicia. ¿Tuvo algo que ver eso con lo que ocurrió después? ¡Sí! Abrió la posibilidad de “resolver”, con la violencia militar y policial, problemas estructurales del país que debían superarse mediante la existencia y el funcionamiento correcto de instituciones democráticas. Por eso, el país vivió su peor tragedia entre 1970 y 1992.
También se arraigó la mala costumbre de “solucionar” así problemas entre particulares. Así, El Salvador es hoy y desde antes del conflicto, uno de los países más violentos del planeta.
:: Idhuca
http://www.uca.edu.sv/publica/idhuca/articulos.html#a1
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